diciembre 12, 2009

Un deseo.

Mientras caminaba bajo el tul negro de la noche, un niño fosforescente se me acercó y me preguntó “¿Ves aquella estrella que cae fugaz?” y cuando asentí dijo que me la regalaba con el deseo que lo contiene. “yo tengo muchas más” y de sus bolsillos sacó un puñado de estrellas que las extendió en sus manos hacia mi; me acerqué la mano al pecho y contuve mis deseos. Las estrellas si no las miras mueren me dijo el pequeño hombre iluminado y es así que levanté la mirada y una estrella agonizaba expresado en un ligero titileo.

Sospecho que el niño se desprendió del algún sol que habita algún punto del universo hasta que dio conmigo, tal vez porque así tenía que suceder, para salvarme del aletargamiento.

Las estrellas no tienen luz propia y están ya muertas dijo el hombre que amo, sin darse cuenta de los luceros algo adormilados que se abren en las mañanas en su rostro y la correspondencia que existe entre la noche y esos puntos mágicos que se apoderan de mi en esos instantes.

¿Querrá el hombre que amo regalarme un deseo?

Las estrellas caen fugaces y se hacen efímeras, no como nuestros casos. Espero.

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